jueves, 30 de julio de 2009

Ruta interior.


Hay momentos en que nuestras acciones -el ir de aquí para allá, el hacer esto o aquello- se desenvuelven de modo tan fácil y libre que nos parece como si todo pudiera ser de otro modo. En otros momentos, en cambio, todo aparece como rígido e inmutable, como si nada fuera libre o fácil y hasta nuestra respiración parece determinada por poderes extraños y por un destino fatal.



Las acciones llamadas "buenas" y de las cuales hablamos con placer, corresponden en general a ese tipo "fácil" y son las que olvidamos rápidamente. En cambio, los actos cuya evocación nos molesta, nunca llegamos a olvidarlos. En cierto sentido, son más nuestros que los otros, y llegan a proyectar sombras que se prolongan sobre todos los días de nuestra vida.


-Hermann Hesse.

sábado, 25 de julio de 2009

Instrucciones. Ejemplos sobre la forma de tener miedo.



En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen.
Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ven moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados.
En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.
Un señor está extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada.
Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel.
Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.
El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.

Julio Cortázar.

jueves, 23 de julio de 2009

La calle de la gran ocasión (fragmento)

Listening to the Earth
ParkeHarrison, Robert and Shana, b.1968/64
21st Journal of Contemporary Photography Vol. II, 1999
21.6 x 16.5 cm


DRAGÓN: No puedo ni siquiera imaginar cómo te has atrevido a entrar en este bosque. No sé qué decirte porque sin duda ya estás enterada del destino que corren todos los que se atreven. O no aprecias la vida o eres el descuido mismo. ¿Nadie te advirtió lo que podía sucederte?
MARTA: Algo me dijeron.
DRAGÓN: Sin embargo, aquí estás. Prepárate. Piensa tu último pensamiento y procura que valga la pena, así tal vez te reconcilies con la idea de lo que te sucederá.
MARTA: Estoy pensándolo.
DRAGÓN: Supongo que sabes que voy a devorarte.
MARTA: ¿Te gusta devorar?
DRAGÓN: Me es indiferente, pero así vivo. Me gusta vivir.
MARTA: A mí también me gusta vivir.
DRAGÓN: No lo parece. ¿Ya estás lista?
MARTA: Sí.
DRAGÓN: ¡Con qué tranquilidad lo dices!
MARTA: ¿Qué esperas?
DRAGÓN: Nada. No sé. Dime, qué pensaste.
MARTA: En ti. Intensamente.
DRAGÓN:¡En mí! ¿Qué pensaste en mí?
MARTA: Que al fin te había encontrado.
Llevo muchos años de pensar. Primero, pensé que lo mejor que podía sucederme era hallar un pastor; uno que se tendiera al sol sobre la hierba y tuviera los cabellos enmarañados y olorosos a campo. Luego, un tiempo después, pensé en un príncipe con los ojos como dos violetas y los cabellos negros... y una espada que brillara con relámpagos deslumbradores. Pero cuando supe que en el bosque había un dragón, mitad hombre, mitad pez, con las alas relucientes y una lengua de fuego, no pude pensar más que en él. Hace noches y noches que pienso en ti. Hasta que hoy al atardecer, decidí venir en tu busca. Te he visto y estoy satisfecha... eres más hermoso de lo que pensaba.
DRAGÓN: Y estás dispuesta a dejarte devorar. ¿No sientes miedo? MARTA: Mucho miedo. Pero como tú dijiste antes, en el fondo me es indiferente. Lo hice para vivir. Tus alas son tornasoladas y el fuego de tu lengua es azul.
DRAGÓN: Me espantas. Por las noches apenas puedo descansar pensando que pronto vendrá una escuadra de jóvenes armados dispuestos a despedazarme. Vivo en acecho... y ahora se presenta una joven envuelta en una túnica que sostiene con un cinturón hecho de cuerdas... ¿No habré sido para ti el monstruo que aparentemente vive en todos los sueños?
MARTA: Eres un sueño. Un sueño muy hermoso. Y tú, ¿no pensabas en nadie?
DRAGÓN: Los seres como yo tenemos alucinaciones. Veo sirenas verdes y gaviotas y mujeres con caudas. A veces una reina con una alta corona bárbara y enjoyada.
MARTA: ¡Qué lástima que no soy una reina!
DRAGÓN: Tú no eres una alucinación.
MARTA: Es lástima. Devórame.
DRAGÓN: No tengas prisa. Esos cabellos rubios tan largos son... ¿son suaves?
MARTA: Tócalos.
DRAGÓN: Te quemaría. Mi fuego azul consume todo lo que toca.
MARTA: Así son las cosas extraordinarias: pueden poseerse pero nunca nos tocan. Un día, va a venir a buscarte una escuadra de jóvenes armados y...
DRAGÓN: Acabaré con ellos. No está escrito que nadie me destruya a parte de mí mismo. ¿Sabes una cosa? Yo conozco el sabor de la carne, pero no el tacto.
MARTA: La carne es suave, dulce, tibia. Imagínatela, es como el viento a las doce de la noche. Es como cuando tu bosque cae en silencio, pero tú sabes que vive y te acaricia. Devórame.
DRAGÓN: No.
MARTA: No podré regresar a mi casa. Me habían prohibido entrar al bosque y al hacerlo me lancé a una gran aventura. ¿Cómo volver?
DRAGÓN: Comerías nueces y hongos. El bosque es como dices, tibio y acogedor. En algunos lugares crecen flores amarillas. Te bañarías en el arroyo... Quisiera tocarte y no puedo.
MARTA: Devórame.
DRAGÓN:
No. No.
MARTA: ¿Qué te sucede?
DRAGÓN: Mi destino se cumple y yo me alegro.
MARTA: No sé qué dices.
DRAGÓN: Digo lo mismo que pensaste tú antes de entrar al bosque. Lo mismo que has repetido tantas veces. Destrúyeme, lo hago para vivir. Obedéceme.
MARTA: ¿Qué quieres que yo haga?
DRAGÓN: Desata la cuerda que llevas a la cintura, átala alrededor de mi cuello y llévame contigo a donde vayas.
MARTA: Obedezco.

-Luisa Josefina Hernández.

lunes, 20 de julio de 2009

Conciliar el sueño.


Lo que ocurre, doctor, es que en mi caso, los sueños vienen por ciclos temáticos. Hubo una época en la que soñaba con inundaciones. De pronto los ríos se desbordaban y anegaban los campos, las calles, las casas y hasta mi propia cama. Fíjense que en mis sueños aprendía a nadar y gracias a eso sobreviví a las catástrofes naturales. Lamentablemente, esa habilidad tuvo una vigencia sólo onírica, ya que un tiempo después pretendí ejercerla, totalmente despierto, en la piscina de un hotel y estuve a punto de ahogarme.
Luego vino un periódo en que soñé con aviones. Más bien, con un solo avión, porque siempre era el mismo. La azafata era feúcha y me trataba mal. A todos les daba champan, menos a mí. Le pregunté por qué y ella me miró con un rencor largamente prolongado y me contestó: «Vos sabés bien por qué». Me sorprendió tanto aquel tuteo que casi me despierto. Además, no imaginaba a qué podía referirse. En esa duda estaba cuando el avión cayó en un pozo de aire y la azafata feúcha se desparramó en el pasillo, de tal manera que la minifalda se le subió y pude comprobar que abajo no llevaba nada. Fue precisamente ahí cuando me desperté, y, para mi sorpresa, no estaba en mi cama de siempre sino en un avión, fila 7 asiento D, y una azafata con rostro de Gioconda me ofrecía en inglés básico una copa de champán. Como ve, doctor, a veces los sueños son mejores que la realidad y también viceversa. ¿Recuerda lo que dijo Kant? «El sueño es un arte poético involuntario.»
En otra etapa soñé reiteradamente con hijos. Hijos que eran míos. Yo que soy soltero y no los tengo ni siquiera naturales. Con el mundo como está. Me parece un acto irresponsable concebir nuevos seres. ¿Usted tiene hijos? ¿Cinco? Excuse me. A veces digo cada pavada.
Los niños de mis sueños eran bastante pequeños. Algunos gateaban y otros se pasaban la vida en el baño. Al parecer, eran huérfanos de madre, ya que ella jamás aparecía y los niños no habían aprendido a decir mamá. En realidad, tampoco me decían papá, sino que en su media lengua me decían «turco». Tan luego a mí, que vengo de abuelos coruñeses y bisabuelos lucenses. «Turco vení», «Turco, quero la papa», «Turco, me hice pipí». En uno de esos sueños, bajaba yo por una escalera medio rota, y zas, me caí. Entonces el mayorcito de mis nenes me miró sin piedad y dijo: «Turco, jodete». Ya era demasiado, así que desperté de apuro a mi realidad sin angelitos.
En un ciclo posterior de fútbol soñado, siempre jugué de guardameta o golero o portero o goalkeeper o arquero. Cuántos nombres para una sola calamidad. Siempre había llovido antes del partido, así que las canchas estaban húmedas y era inevitable que frente a la portería se formara un laguito. Entonces aparecía algún delantero que me fusilaba con ganas y en primera instancia yo atajaba, pero en segunda instancia la pelota mojada se escabullía de mis guantes y pasaba muy oronda la línea de gol. A esa altura del partido (nunca mejor dicho), yo anhelaba con fervor despertarme, pero todavía me faltaba escuchar cómo la tribuna a mis espaldas me gritaba unánimemente: traidor, vendido, cuánto te pagaron y otras menudencias.
En los últimos tiempos mis aventuras nocturnas han siso invadidas por el cine. No por el cine de ahora, tan venido a menos, sino por el de antes, aquél que nos conmovía y se afincaba en nuestras vidas con rostros y actitudes que eran paradigmas. Yo me dedico a soñar con actrices. Y qué actrices: digamos Marilyn Monroe, Claudia Cardinale, Harriet Anderson, Sonia Braga, Catherine Deneuve, Anouk Aimée, Liv Ullmann, Glenda Jackson y otras maravillas. (A los actores, mi Morfeo no les otorga visa.) Como ve, doctor, la mayoría son veteranas o ya no están, pero yo las sueño como aparecían en las películas de entonces. Verbigracia, cuando le digo a Claudia Cardinale, no se trata de la de ahora (que no está mal) sino la de La ragazza con la valiglia, cuando tenía 21. Marilyn, por ejemplo, se me acerca y me dice en un tono tiernamente confidencial: «I don't love Kennedy. I love you. Only you». Sepa usted que en mis sueños las actrices hablan a veces en versión subtitulada y otras veces dobladas al castellano. Yo prefiero los subtítulos, ya que una voz como la de Glenda Jackson o la de Catherine Deneuve son insustituibles.
Bueno, en realidad vine a consultarle porque anoche soñé con Anouk Aimée, no la de ahora (que tampoco está mal) sino la de Montparnasse 19, cuando tenía unos fabulosos 26 años. No piense mal. No la toqué ni me tocó. Simplemente se asomó por una ventana de mi estudio y sólo dijo (versión doblada): «Mañana de noche vendré a verte, pero no a tu estudio sino a tu cama. No lo olvides». Como voy a olvidarlo. Lo que yo quisiera saber, doctor, es si los preservativos que compro en la farmacia me servirán en sueños. Porque ¿sabe? no quisiera dejarla embarazada.

-Mario Benedetti.

domingo, 19 de julio de 2009

Instrucciones para llorar.

Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

-Julio Cortázar

lunes, 13 de julio de 2009

Aquel día...



Aquel día aterrizaron los platillos. Cientos de ellos, dorados,
Silenciosos, bajaron del cielo como inmensos copos de nieve,
Y los terrícolas salieron
a contemplar su descenso,
Expectantes, ansiosos por saber lo que nos esperaba
en su interior
Y sin saber si seguiríamos aquí mañana
Pero tú ni siquiera te diste cuenta porque

Aquel día, el día que llegaron los platillos volantes,
fue a coincidir
Con el día en que las tumbas liberaron a sus muertos
Y los zombis levantaron la mullida tierra
O salieron disparados, tambaleándose y con los ojos
mortecinos, imparables,
Se acercaron a nosotros, los vivos, que gritamos y salimos
corriendo,
Pero tú no te diste cuenta porque

El día de los platillos-zombis-dioses de la guerra
las compuertas se rompieron
Y fuimos arrollados por genios y duendes
Que nos tentaban con deseos y prodigios y eternidades
Y encanto y sabiduría y corazones
fieles y valerosos y calderos de oro
Mientras los gigantes arrasaban la tierra
a su paso, junto con las abejas asesinas,
Pero tú no te enteraste de nada de esto porque

Aquel día, el día de los platillos el día de los zombis
El día del Ragnarok y las hadas, el
día en que se desataron los fuertes vientos
Y las nevadas, y las ciudades se volvieron de cristal, el día
En que murieron todas las plantas, se disolvieron
los plásticos, el día
En que los ordenadores se encendieron con un mensaje
en sus pantallas que nos exhortaba a obedecer, el día
En que los ángeles, borrachos y confusos, salieron de los bares
con paso vacilante,
Y tocaron todas las campanas de Londres, el día
En que los animales comenzaron a hablarnos en asirio,
el día del Yeti,
El día de las capas al viento y de la llegada de
la Máquina del Tiempo,
Tú no te enteraste de nada porque
estabas sentada en tu habitación, sin hacer nada
ni leer siquiera, tan sólo
mirabas el teléfono,
preguntándote si yo volvería a llamarte.

Neil Gaiman

miércoles, 8 de julio de 2009

CARTAS A M / 03 (Video en honor a la perseverancia)





Me preguntaste muchas veces ¿por qué nunca he sabido lo que quiero?

Salgo por las noches, a veces tomo mucho y otras veces nada, pero sí duermo mucho menos de las ocho horas que indica el promedio. Hace unos meses salí a cenar con algunos amigos, el menú ofrecía mas de 6 páginas de opciones y, como a todos, la decisión me costó mucho trabajo. Al final decidí escuchar con detenimiento las elecciones de los demás y repetí alguna de ellas.

Hace unos días buscaba un libro ahora fuera de edición, en las librerías de usado de la ciudad, encontré muchos libros interesantes pero no aquel que yo buscaba, al final llevé todos esos.

La última vez que nos vimos, tú huías de mí y yo te perseguía como en un juego, para eso siempre son necesarios dos participantes y muchas veces yo he querido cambiar de papel.

Hoy he estado pensando mucho en las preguntas que me hacías y creo que una lista de respuestas honestas podría convencerte de que sé exactamente lo que quiero:

Me gusta el helado, en la mayoría de los casos pido uno de chocolate; prefiero definitivamente un expreso, dos cucharadas de azúcar; pasillo en lugar de ventanilla; naranjada y no limonada, agua mineral; los toros y el cine; tomar la foto, no salir en ella; México y Cuba, auque lo de Cuba es toda tu culpa; me gusta la ciudad, caminarla, sufrirla, beberla y atragantarme; el whisky, la cerveza también pero algo menos; el jugo de tomate y mejor revuelto con naranja; las plumas, los relojes y los anteojos, aunque sabes que ese gusto me lo heredó mi padre. Me gustan muchas cosas y sé que las quiero con una sola mirada, con un parpadeo.

La última vez que nos vimos yo sabía lo que quería, jugábamos a perseguir y escapar, entonces yo perseguía por que lo quería así –aunque algunas veces quisiera cambiar de papel. Así, después de platicar en el coche, una de tus preguntas apareció de nuevo. Jamás había tenido una lista de respuestas honestas como hoy para demostrarlo, pero ahí, solos en el auto, no podía mas que mirarte y saber exactamente lo que quería.

martes, 7 de julio de 2009

CARTAS A M / 07


La gente no está acostumbrada a estar sola; yo creo que simplemente nadie soporta platicar consigo mismo. Es una costumbre perdida, como jugar a las escondidillas o a los encantados o a esa cosa rara que se llama “chan-gai”.

La gente pierde sus costumbres, las pierde tal vez cuando se hace de unas nuevas o cuando las viejas ya no se pueden cumplir y entonces dejan de ser costumbre.

Para mí, ha sido difícil adoptar la costumbre esa de platicar conm
igo todo el tiempo, sucede que tengo que reconocer a cada instante, en cada charla, que no me entiendo y eso, me molesta mucho. Creo que tú y yo nos entendíamos, algunas cosas nos molestaban a ti de mí y a mí de ti, pero las teníamos perfectamente bien entendidas.

A ti nunca te gustó que interrumpiera tu siesta, que dejara de llamar o que no me despidiera en cada viaje, que bailara con alguien más –aunque con alguien más siempre bailo mal; pero siempre tolerabas, y algunas veces hasta te gustaban, algunas de mis manías y de mis más extrañas o desagradables costumbres: las uñas largas de mis pies, mis domingos de malas fachas, y mi honestidad, esa honestidad que muchas veces te parecía brutal.

Creo que poco a poco fuimos compartiendo nuestras costumbres, porque yo me dí cuenta, a veces poco a poco y otras muy de repente, de cómo iba repitiendo muchos de tus gestos, tus acentos, tus ademanes y hasta en una que otra ocasión me descubrí cargando algunos de tus aromas.

Ahora entiendo que sí es más fácil verte obligado a cambiar tus costumbres contra tu voluntad. Yo he tenido que dejar algunas costumbres, ¿tú?.

domingo, 5 de julio de 2009

CARTAS A M / 08


La vida es una cadena de finales y ninguno es más definitivo que el anterior. Me he decidido a buscarte de nuevo, y es que no sé si estas cartas te llegan, no sé si alguien te ha contado de ellas, o solamente ha sido mi cambio de domicilio el culpable de que no reciba respuesta tuya. Entonces tendría que preguntarte en esta nueva carta ¿por qué no me respondes?
Hace tiempo te miraba de lejos -nos conocíamos poco- y ya me gustaba verte andar entre la gente, saludar, abrazar, platicar y pasar de un lado a otro, andar frente a mí a la distancia en ese vestido blanco que nunca dejé borrarse en mi memoria, aun cuando la primera vez que te vi en él fue sólo en una fotografía.
Las fotografías son un documento de lo que perdimos, de lo que no regresará y sólo nos recuerdan que nos quedamos cuando los demás ya se han ido, como yo y como tú. Ese vestido blanco, en esa fotografía, nos dice metro a metro la distancia que existe todavía, los trenes que van y vuelven entre nosotros, las carreteras que dejamos de recorrer para encontrarnos, los pasos que no dimos y las miradas que ahora nunca se cruzan.
Salíamos a algunas fiestas juntos pero llegando ahí nos separábamos, tu pasabas de una plática a otra, de un conocido a otro; y a mí me gustaba mucho jugar a cruzar la mirada contigo, te buscaba entre la gente a lo lejos y esperaba con mis ojos clavados en ti, a que tus pupilas y las mías se encontraran en el aire. Quizás todos pensaban que yo platicaba con ellos pero en realidad te buscaba todo el tiempo, podía mantener una charla entera esperando a que voltearas. Así lo hice muchas noches. A mí no me gusta estar entre mucha gente y siempre admiré tu habilidad para soportarlos a todos: en las reuniones siempre fuiste el centro y por eso nunca me negué a acompañarte. Ahora te confieso que sólo disfruté buscándote, a lo lejos, entre la gente, aun cuando tu mirada y la mía nunca se cruzaran.
Sabes que me gustan las cosas difíciles, como esto de adivinar el rumbo de tu mirada… me gusta buscar lo perdido y me aferro hasta encontrarlo; sé que hay cosas que no se pierden nunca y por eso conservo todo lo tuyo en la memoria.
En realidad sé que no he dejado este juego de buscarte a la distancia cuando estamos separados, tal vez por eso no dejo de escribirte y espero que nuestras miradas en algún momento se crucen y entonces no dejes de mirarme.

http://www.ricardoguzman.com.mx

sábado, 4 de julio de 2009

Lo que necesito de ti, no es.




"No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
ah pero las parejas que huyen al Botánico
ya desciendan de un taxi o bajen de una nube
hablan por lo común de temas importantes
y se miran fan ticamente a los ojos
como si el amor fuera un brevísimo túnel
y ellos se contemplaran por dentro de ese amor.

Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble
(también podría llamarlo almendro o araucaria
gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo)
hablan y por lo visto las palabras
se quedan conmovidas a mirarlos
ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero es lindísimo imaginar qué dicen
sobre todo si él muerde una ramita
y ella deja un zapato sobre el césped
sobre todo si él tiene los huesos tristes
y ella quiere sonreír pero no puede.

Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico

ayer llegó el otoño
el sol de otoño
y me sentí feliz
como hace mucho
qué linda estás
te quiero
en mi sueño
de noche
se escuchan las bocinas
el viento sobre el mar
y sin embargo aquello
también es el silencio
mírame así
te quiero
yo trabajo con ganas
hago números
fichas
discuto con cretinos
me distraigo y blasfemo
dame tu mano
ahora
ya lo sabés
te quiero
pienso a veces en Dios
bueno no tantas veces
no me gusta robar
su tiempo
y además está lejos
vos estás a mi lado
ahora mismo estoy triste
estoy triste y te quiero
ya pasarán las horas
la calle como un río
los árboles que ayudan
el cielo
los amigos
y qué suerte
te quiero
hace mucho era niño
hace mucho y qué importa
el azar era simple
como entrar en tus ojos
dejame entrar
te quiero
menos mal que te quiero.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero puedo ocurrir que de pronto uno advierta
que en realidad se trata de algo más desolado
uno de esos amores de tántalo y azar
que Dios no admite porque tiene celos.

Fíjense que él acusa con ternura
y ella se apoya contra la corteza
fíjense que él va tildando recuerdos
y ella se consterna misteriosamente.

Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico

vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
sólo de a ratos parecía
que iba a vivir
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado
quizá tuviera una sonrisa
como la tuya
dulce y honda
quizá tuviera un alma triste
como mi alma
poca cosa
quizá aprendiera con el tiempo
a desplegarse
a usar el mundo
pero los niños que así vienen
muertos de amor
muertos de miedo
tienen tan grande el corazón
que se destruyen sin saberlo
vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
y qué verdad dura y sin sombra
qué verdad fácil y qué pena
yo imaginaba que era un niño
y era tan sólo un niño muerto
ahora qué queda
sólo queda
medir la fe y que recordemos
lo que pudimos haber sido
para él
que no pudo ser nuestro
qué más
acaso cuando llegue
un veintitrés de abril y abismo
vos donde estés
llevale flores
que yo también iré contigo.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
que sólo despierta con la lluvia.

Ahora la última nube a resuelto quedarse
y nos está mojando como alegres mendigos.

El secreto está en correr con precauciones
a fin de no matar ningún escarabajo
y no pisar los hongos que aprovechan
para nadar desesperadamente.

Sin prevenciones me doy vuelta y siguen
aquellos dos a la izquierda del roble
eternos y escondidos en la lluvia
diciéndose quién sabe qué silencios.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.

Ustedes pueden irse.
Yo me quedo."

-Mario Benedetti.

jueves, 2 de julio de 2009

Porque, trágicamente, las cosas son como las imaginamos...


Esa boca (1955)
(Montevideanos, 1959)

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más dificil soportar su curiosidad.

Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo a su padre:“¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo?” A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: “No quiero que veas a los trapecistas.” En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. “¿Y si me fuera cuando empieza ese número?” “Bueno”, contestó el padre, “así, sí”.

La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron —ahora sí— los payasos.

Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.

Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenidó la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. “¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?”

Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.

-Mario Benedetti.