domingo, 28 de febrero de 2010

En tus brazos.

Como un mar me presenté ante ti, en parte agua y en parte sal, lo que no se puede desunir es lo que nos habrá de separar.


martes, 23 de febrero de 2010

Historia de María Magdalena al estilo de Wilde.


[Oscar Wilde] habría relatado como nadie la historia de María Magdalena, despeinada y medio desnuda, apenas salida de su largo viaje por la locura, llorando a los pies de Jesús, después de que el Rabí le quitase de la cabeza todas sus penas y el peor de sus demonios: su manía de contar mentiras.

Os contaré una historia que pasó hace tanto tiempo que bien podríamos llamarla... sagrada. Las mujeres no podían participar entonces en los asuntos de los hombres, incluso cuando eran tan libres como María Magdalena. Supongo que habéis oído hablar de ella. Había sido muy desgraciada hasta que el Rabbí Jesús le sacó del cuerpo los demonios que la hacían parecer tan bella. Y desde aquel día permaneció al lado de su Maestro: piadosa y seria, sensata y, seguramente, aburrida como todas las esposas que se olvidan de contar mentiras.

Sólo porque era una mujer no le permitieron estar con los hombres en la Última Cena. Pero no la conocían bien si pensaban que se encerraría en su casa, acobardada y sumisa. ¿Quién de aquellos pescadores iba a preparar la comida? No era lo mismo asar unos pescados en las orillas del lago de Tiberíades o repartir unos panes, que cocinar el cordero pascual con su salsa de hierbas amargas. Y fue precisamente ella, escondida en la cocina, quien preparó la cena. Aquella noche añadió a la salsa unos granos de mostaza, como al Rabbí le gustaba. Y, amparada por las sombras, se asomó disimuladamente a la puerta en el momento en que Jesús bendecía el pan y el vino. Su escondite le permitía ver perfectamente la escena, porque la puerta estaba justo... donde se escondería también Leonardo da Vinci para pintar su cuadro. A María Magdalena se le hizo un nudo en la garganta porque se dio cuenta —ya sabéis que las mujeres tienen un instinto para las tragedias— de que Jesús estaba despidiéndose de los suyos. Y se sintió incluso celosa, porque aquella tarde había salido de casa sin decirle nada a ella ni a su pobre madre.

María Magdalena tampoco pudo entrar en el huerto de Getsemaní, porque las mujeres no debían salir de noche y, menos aún, en una Pascua tan peligrosa y alborotada como aquella. Los conspiradores acechaban en todas las esquinas de Jerusalén. Bueno, digamos que María Magdalena no estuvo en Getsemaní. Pero, mientras los discípulos dormían y el Maestro estaba solo en su dolor, alguien vio una sombra que le secaba el sudor. Ella era así y, en sus años de locura, había aprendido a andar por la oscuridad, huyendo de los que tiran piedras. Jesús hablaba del Cielo, pero ella había aprendido también lo difícil que es salir del Infierno. Luego ya vino lo que todo el mundo sabe. Hizo el camino hasta el Monte de las Calaveras, acompañando a las Marías.

Cuando María Magdalena vio a Jesús en la cruz, tenso, amoratado, en las ansias de la congestión, fue ella quien pidió que le diesen vinagre. Pensó que eso podía aliviarle. Y había allí un cubo, porque los soldados romanos bebían un vino aguado y avinagrado.

El domingo, al acabar la Pascua, al despuntar la primera luz, corrió llorando hasta el sepulcro para enfrentarse sola a la Muerte, para decirle a la reina de las sombras lo que había visto cuando Jesús resucitó a Lázaro. Y, al llegar al huerto donde le habían enterrado vio algo, creyó verlo, lo vio, le vio..., lo suficiente para regresar corriendo, fuera de sí, enloquecida, y contarles una historia descabellada a los apóstoles... ¿Y sabéis qué hizo? ¡Les contó que Jesús había resucitado! Sin duda había vuelto a contar mentiras...
-Mauricio Wiesenthal

domingo, 21 de febrero de 2010

Aquí sí está cabrón.

Esta es una entrevista realizada a un miembro de la Policía Federal y su punto de vista en su trabajo.


Porfirio, de 29 años de edad, es uno de los mil 600 elementos de la Policía Federal enviados a Ciudad Juárez desde hace cuatro meses. Y así define a esta ciudad asolada por la violencia, y el pavor que implica vivir en ella:

“Aquí sí está cabrón. Están bien locos. Bien salvajes. Aquí sí da miedo. Esta es la ciudad más violenta del mundo, me cae. Hay más muertos que en Irak. Una noche nos tocaron 23 ejecutados. Eran como dos cada hora, puros levantados y aventados… Aquí toda la gente tiene temor: se ve, se siente y te lo dicen.

“Hasta uno: cuando andamos francos (en día libre), a mis compañeros les ando texteando (enviando mensajes desde su teléfono móvil) cada media hora, pa’ que sepan dónde ando… Mira, aquí en el 2002 había 155 bandas, ¿sabes cuántas hay ahora? Más de 900, para que te des una idea. ¡Imagínate: se pelean hasta por una puta calle! Está cabrón… No, aquí yo sí rezo: “Chuchito, estoy en tus manos y hágase tu voluntad. Tú sabes si hoy regreso vivo…”

Porfirio es un ex militar que tomó en el Ejército numerosos cursos de adiestramiento, como el impartido por los Gafes (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales). Es miembro de un agrupamiento de 400 policías considerado de élite. Su mejor jefe, dice, ha sido un oficial boina verde, “un cabrón que no se andaba con chingaderas” y que, cuando iban a un operativo peligroso, reunía a la tropa y le decía:

“Yo no pongo dedo (obligar a alguien a participar). No quiero culeros. El que va se la va a rifar conmigo porque quiere… —los azuzaba, y todos iban, dice el policía federal.
Porfirio afirma que él y los suyos son los mejores en la guerra contra el narco (“somos los que más enfrentamientos tenemos, los que menos muertos tenemos y los que más resultados hemos dado”). Por ello han sido enviados a diferentes “frentes de batalla”: Michoacán, Durango, Guerrero, Tamaulipas y Chihuahua.

“Donde está caliente, ahí nos mandan”. Orgulloso, presume que participó en la detención de narcos como Jaime González Durán, El Hummer, capturado en Reynosa, Tamaulipas, en noviembre de 2008.

El Hummer es desertor del Ejército y junto con otros dos ex militares, Arturo Guzmán Decena, El Z1, y Heriberto Lazcano, El Lazca, fundó Los Zetas, brazo armado del cártel del Golfo.


Adrenalina al disparar.

El agente de élite habla, cuenta lo que siente cuando los narcos los emboscan y cae uno de los suyos: “Al que no le da miedo en estas acciones está fuera de sus cinco sentidos… Da coraje, impotencia, rencor. Y odio, porque son cobardes, no le entran de frente, y tú quisieras que dieran la cara y reventarles su madre…

También narra sus emociones al capturar, e incluso matar, a un criminal: “Vas a creer que estoy loco, pero da gusto. La adrenalina hace que no sientas nada a la hora de los balazos. Es como si no fueras tú, pero después da gusto, orgullo, desquite verlo ahí, muerto al cabrón. Y también sientes chido cuando agarras a uno vivo y le das unos chingadazos. Son asesinos seriales, no te olvides. ¿A cuántos habrán quebrado? Por ejemplo, El Hummer, ¿a cuántos mató o mandó a matar?

Porfirio, quien decidió entrar al Ejército para emular a su padre, está orgulloso de pertenecer a la Policía Federal: “Te motiva estar en una corporación chingona, que ya se ha ganado su prestigio. Nosotros sí sentimos el orgullo de la patria”, dice, y, ufano, muestra un video de 3:41 minutos con el himno de la corporación.

Luego pone otro video, de 6:51 minutos, tomado con un teléfono móvil desde la parte trasera de una camioneta policial durante un operativo (“vas a 170 kilómetros por hora y piensas: ‘Voy a llegar al lugar, pero no sé cómo voy a salir’”). Ahí se ve cómo persiguen a unos maleantes, los someten, les quitan sus armas, los golpean hasta que sangran los rostros y los interrogan.

Percibe asombro y se justifica: “¿Por qué si ellos no tienen piedad, nosotros sí vamos a tenerla?

—¿Y cuando está en combate, qué siente?

—Primero es la pura adrenalina y el miedo. Luego, vas a creer otra vez que estoy loco, pero te emocionas y disparas y disparas. Es como si no fueras tú. No mides el riesgo. Luego como que regresas a tus cinco sentidos, y dices: ‘No mames, cómo le brinqué tan cabrón, me pudieron matar’. Pero lo que yo siento es que quiero que se los cargue su pinche madre, porque esto es una guerra. Sí, es una guerra…

—¿Y la muerte?

—Mira, aquí estás jugando con la muerte a diario y lo que te rescata es entregarte a tu chamba, entender que alguien tiene que hacer el trabajo sucio, y ése eres tú…

—¿Van ganando la guerra o la van perdiendo? —se le pregunta y responde enfático.

—Yo creo que sí la vamos ganando… ¿Y sabes por qué? Porque la empezamos, y eso ya va de gane… El Presidente, no sé si sea bueno o malo, pero ha sabido enfrentar la delincuencia… Lo único que falta es que la inteligencia chambee más…

—¿Cómo se mide eso?

—Si hay tantos muertos, secuestros y levantones es porque les estamos pegando. Es una venganza de ellos…

Un policía federal en Ciudad Juárez, donde juega con la muerte a diario, y sus emociones al estar en guerra contra el narco.

Juan Pablo Becerra-Acosta [Milenio]

Al pie desde su niño.



El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuero duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.


-Pablo Neruda.

jueves, 18 de febrero de 2010

La doctrina del shock.

Con al gira de documentales que presenta Ambulante viene "La doctrina del shock", para todos aquellos que no han podido verlo aquí se los dejo.


"La doctrina del shock es la historia no oficial del libre mercado. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica hasta Canadá la implantación del libre mercado responde a un programa de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo del desastre».


Tras una investigación de cuatro años, Klein explora el mito según el cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas.

Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras forma de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las cárceles.

En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock."




La doctrina del shock consiste en crear panico entre una persona o poblacion para poder manipularla y someterla de forma voluntaria a algun tipo de imposesion. Eso es lo que normalmente hacen los gobiernos para someter a su gente a reformas impopulares que son en beneficio de un pequeño grupo y en perjucio de una poblacion entera.

Me volé la sinopsis de aquí.

"Information is shock resistence, Arm yourself".


viernes, 12 de febrero de 2010

La gente que me gusta.


Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace.

Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.

Me gusta la gente justa con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.

Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables a las decisiones de un jefe.

Me gusta la gente de criterio, la que no traga entero, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó

Me gusta la gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, a éstos les llamo mis amigos.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Con gente como ésa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.

-Mario Benedetti.

lunes, 8 de febrero de 2010

Es que somos muy pobres.


Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada.

Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar enseguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.

Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.

A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas.

Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.

Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo.

Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años.

Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho.

Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.

No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás.

A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.

Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas.

Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran.

Bramó como sólo Dios sabe cómo.

Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él, estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.

Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo.

Si así fue, que Dios los ampare a los dos.

La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes.

Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.

Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas.

Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.

La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre.

Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.

Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie.

Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos."

Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.

-Sí -dice-, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.

Ésa es la mortificación de mi papá.

Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.

Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende.

Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.
-Juan Rulfo.

lunes, 1 de febrero de 2010

La llamada.


La noche había sido muy larga y muy oscura.
Quería oír tu voz.
Que tus dulces palabras
me trajeran un poco de calma.
Que el cariño que sentías por mí viajara por teléfono
hacia mi corazón maltrecho y derrotado.
Quería oír tu voz y oí la de tu amante.


Luis Alberto de Cuenca.

Imagen: Susana y la muerte. Josephine Sacabo

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Me dijo Chucho -"¿Ya viste 500 days of summer?." Y yo... -No.
Y que la veo. Me había dicho que el soundtrack de la película estaba bueno, y pues total que se me acabó instalando en la cabeza el quelqu'un m'a dit de Carla Bruni. Aquí les dejo el video y el disco de la ahora esposa del presidente de Francia.

Pourtant quelqu'un m'a dit... que tu m'aimais encore.



Download Carla Bruni.Quelqu'un m'a dit.