Luego de 50 años trabajando de sol a sol, era lógico que cuando mi abuela se jubilara perdería la razón. Antes de tres meses la pobre Tere ya no tenía memoria. Nos desconocía a todos, hasta a su cuerpo, ahora llagado y de esfínteres rebeldes.
Hasta que un día el vecino de arriba salió con demasiada prisa y dejó abierto el grifo. El techo no soportó el peso del agua y se desplomó sobre la anciana, que manchaba el último pañal de su vida. La lógica, a veces, también pierde la memoria.