Al parecer Claudia no es más que el simple recuerdo de una vida pasada mejor, una vida pasada feliz, con shorts de color azul y zapatos ortopédicos. Hoy cuando salió a clase de Fisiología me pregunté si en verdad existía, o existió, en algún momento del Bertha. Tal vez sí, tal vez no. Sólo recuerdo que mi madre le compraba aretitos o pulseras de plata cuando íbamos de vacaciones a Taxco.
Era una Claudia sencilla, de vida simple como la mía, de zapatos inolvidables y la típica trencita. De facciones infantiles poco agraciadas como las mías. De esas Claudias que ven hacia el cielo, o a la nada, y sonríen, esa sonrisa simple... como la mía.
Mirábamos con indiferencia los gritos y las críticas infantiles y absurdas prematuras. Los reclamos y las banalidades las veíamos pasar sin que nos tocaran, pasaban, sólo pasaban y no pasaba nada. Preguntábamos que qué era eso y nos contestaban que la Ouija, preguntábamos que para qué era y nos decían que para hablar con el diablo; nos dábamos la vuelta y sin pensar en los portales endemoniados nos íbamos a ver cómo Diego se caía del árbol, o cómo eran atacados los niños castrosos por las abejas indignadas ante la destrucción de su casa, familia y críos. Eso también pasaba, pasaba nada más, y tampoco pasaba nada.
Así era nuestra vida simple, sencilla... llegaba a decirle a mi madre que Sebastián había llorado porque Dafne (su hermana con quien compartiera hasta el útero) le había dicho que no lo quería. Y que además, el cabello de Dafne siempre olía a cigarro. Mamá decía una frase o dos y pasaba, todo pasaba, y no pasaba nada...
Llegaba a casa y hacía mi tarea, dos o tres garabatos, pintar números o letras, o que Anita lava la tina. Jugar con el buen Max, mi ahora anciano perro (quizás muerto), sentarse en la terraza y ver las nubes pasar, y pasar... y no pasaba nada.
Ahora que nada pasa, que todo se queda y deja huella. Ahora que el no pasa nada es de pensarse tres veces, ahora que cuesta trabajo ver que las cosas son más simples de lo que nos interesa saber, ahora que me detengo a ver las nubes pasar arrastradas por el viento, y de paso también acaricia las ramas de los árboles y las hace bailar, noto que es tarde ya... Me pregunto si Claudia alguna vez volverá.
Era una Claudia sencilla, de vida simple como la mía, de zapatos inolvidables y la típica trencita. De facciones infantiles poco agraciadas como las mías. De esas Claudias que ven hacia el cielo, o a la nada, y sonríen, esa sonrisa simple... como la mía.
Mirábamos con indiferencia los gritos y las críticas infantiles y absurdas prematuras. Los reclamos y las banalidades las veíamos pasar sin que nos tocaran, pasaban, sólo pasaban y no pasaba nada. Preguntábamos que qué era eso y nos contestaban que la Ouija, preguntábamos que para qué era y nos decían que para hablar con el diablo; nos dábamos la vuelta y sin pensar en los portales endemoniados nos íbamos a ver cómo Diego se caía del árbol, o cómo eran atacados los niños castrosos por las abejas indignadas ante la destrucción de su casa, familia y críos. Eso también pasaba, pasaba nada más, y tampoco pasaba nada.
Así era nuestra vida simple, sencilla... llegaba a decirle a mi madre que Sebastián había llorado porque Dafne (su hermana con quien compartiera hasta el útero) le había dicho que no lo quería. Y que además, el cabello de Dafne siempre olía a cigarro. Mamá decía una frase o dos y pasaba, todo pasaba, y no pasaba nada...
Llegaba a casa y hacía mi tarea, dos o tres garabatos, pintar números o letras, o que Anita lava la tina. Jugar con el buen Max, mi ahora anciano perro (quizás muerto), sentarse en la terraza y ver las nubes pasar, y pasar... y no pasaba nada.
Ahora que nada pasa, que todo se queda y deja huella. Ahora que el no pasa nada es de pensarse tres veces, ahora que cuesta trabajo ver que las cosas son más simples de lo que nos interesa saber, ahora que me detengo a ver las nubes pasar arrastradas por el viento, y de paso también acaricia las ramas de los árboles y las hace bailar, noto que es tarde ya... Me pregunto si Claudia alguna vez volverá.