domingo, 22 de noviembre de 2009

Señor Tejón.


Si las prioridades de la vida no son las prioridades del momento, y las del momento no son precisamente las de la vida, qué puedo decir mi vida, te he querido, tal vez, toda la vida. O quién sabe, tal vez no. Muy probablemente no.

Es fácil hacerse el desentendido, aunque nunca se me ha dado tampoco. Era una preadolescente de 3 años cuando mi hermano nació, y yo quería que se llamara Pepe. Si nuestra perra paría perritos (tal vez suene muy redundante, pero uno ya no sabe) quería que se llamaran Pepe, pero más quería que se llamara así mi hermano. Mi mamá nunca quiso, y les caía en gracia que quisiera que se llamara Pepe. Quién sabe qué fue de Pepe, era joven al igual que yo, mismo Kínder y todo, nuestras madres eran amigas así que iban a visitarnos o nosotros a ellos y jugaba felizmente con Pepe. Era un niño desproporcionado, aunque qué niño de 3 lo es, tenía una cabeza grande y el cuerpo pequeñito, su nombre real era José Alberto. Les digo que jugábamos en su o mi casa, éramos parte del mismo grupo de preprimaria, fuimos del mismo grupo con la maestra Silvia y le dábamos nuestros sándwiches a los tejones, que bajaban de los tejados por las palmeras, cuando no queríamos comer lo que nos mandaban nuestras respectivas madres, o nada mas para ver a los tejones bajar. Recuerdo que había una historia que jamás supe si era cierta o no: una niña le dio su sándwich al tejón y el ingrato, utilizando sus enormes garras, le soltó un zarpazo en la cara. Tal vez sólo era cuento para que no alimentáramos a los tejones, o quizás sí hubo niña arañada, quién sabe, pero, ahora que lo pienso... ¡¿por qué había tejones?!

El punto es que nunca fui consciente de si me gustaba Pepe o no, éramos amiguitos de siempre, de hecho la mayoría de mi tiempo lo invertía en otra gente, como en los zapatos ortopédicos de Claudia, entonces yo no entiendo por qué quería que mi hermano se llamara Pepe.

Hay veces en las que sin darnos cuenta ya nos estamos haciendo los desentendidos cuando un par de palabras, por simples o superfluas que sean, nos hacen sonreír estúpidamente o quizás hasta nos ruborizan, y te dices "¡Hey, tranquilo muchacho!" y sacudes ligeramente la cabeza tratando de que así se vaya el pensamiento endemoniado de que tal vez haya alguien enamorado. Puede ser el caso de muchos, en cambio yo, cuando un par de palabras simples o superfluas logran hacerme sonreír estúpidamente me limito a reír malévolamente.



And now, Paco smiles. y no Pepe.

2 comentarios:

  1. mmmmm me sono mucho a esa etapa antes del enamoramiento, me ha pasado, es como una sensacion familiar, de repente alguien entra a tu cabeza, como una especie de invasion, no sabes por que esta ahi ni que hace, pero lo que resulta mas extraño para mi, es que su indeferencia me afecta y no se por que, es raro, pero al final terminas dandote cuenta que fuiste tu mismo que lo dejaste entrar y vienen problemas, al menos para mi nunca ha sido grato.... saludoos que estes bien =D

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  2. debes ver el lado bonito, pero cuando tú solito te elevas y solito te das el bajón, viene lo complicado. (:

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