martes, 7 de julio de 2009

CARTAS A M / 07


La gente no está acostumbrada a estar sola; yo creo que simplemente nadie soporta platicar consigo mismo. Es una costumbre perdida, como jugar a las escondidillas o a los encantados o a esa cosa rara que se llama “chan-gai”.

La gente pierde sus costumbres, las pierde tal vez cuando se hace de unas nuevas o cuando las viejas ya no se pueden cumplir y entonces dejan de ser costumbre.

Para mí, ha sido difícil adoptar la costumbre esa de platicar conm
igo todo el tiempo, sucede que tengo que reconocer a cada instante, en cada charla, que no me entiendo y eso, me molesta mucho. Creo que tú y yo nos entendíamos, algunas cosas nos molestaban a ti de mí y a mí de ti, pero las teníamos perfectamente bien entendidas.

A ti nunca te gustó que interrumpiera tu siesta, que dejara de llamar o que no me despidiera en cada viaje, que bailara con alguien más –aunque con alguien más siempre bailo mal; pero siempre tolerabas, y algunas veces hasta te gustaban, algunas de mis manías y de mis más extrañas o desagradables costumbres: las uñas largas de mis pies, mis domingos de malas fachas, y mi honestidad, esa honestidad que muchas veces te parecía brutal.

Creo que poco a poco fuimos compartiendo nuestras costumbres, porque yo me dí cuenta, a veces poco a poco y otras muy de repente, de cómo iba repitiendo muchos de tus gestos, tus acentos, tus ademanes y hasta en una que otra ocasión me descubrí cargando algunos de tus aromas.

Ahora entiendo que sí es más fácil verte obligado a cambiar tus costumbres contra tu voluntad. Yo he tenido que dejar algunas costumbres, ¿tú?.

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