viernes, 9 de diciembre de 2011

Un cuadro de Escher.

Ya no quiero que me invadan mi espacio interno, sí, interno. Ese que está no sé bien dónde, yo digo que entre el hígado y la pleura, es que creo que no metabolizo ya igual el alcohol desde que te conocí. Aunque la pleura qué, no soy de suspiros, no practico esa clase de esnobismo.

Ha de ser más entre el útero y el colon transverso, sí, seguro. Seguro ahí estás entre tanta víscera, espacios que se retuercen entre ellos y en sí mismos, te han de abrazar cariñosamente; seguro que te mueres de risa entre tanta cosquilla. Quizás sí estés ahí, fíjate que a veces cuando me empiezas a molestar noto que me dueles tantito, como si estuvieras cansado ya de tanto roce incesante y empujaras las tripas gritándoles que te dejen de molestar.

Quizás me equivoque, quizás me habites en la piel. Existen ocasiones en las que, sin que ningún estímulo externo la alborote, se eriza, se retrae, se aviva, como esperando algo que no llega nunca. Nace una sensación peculiar en las mejillas, tal vez una caricia por parte del dorso de alguna mano suave de niña, siempre inexistente, o un beso de labios tersos como los que te imagino, delgados adaptables, que nunca llega, que no vive siquiera en algún pensamiento cualquiera. 

Aunque me parece que mejor apuesto a que vives en mis ojos; en el par de asimétricos ansiosos, esos que hacen que no te ven cuando te ven porque son muy orgullosos, de esos que adivinan ya la sonrisa en la boca que te invento cuando te acercas a mí balbuceando alguna cosa que nadie entendería aunque pudiera, esos que te buscan rogándole al cielo no encontrarte para no tener que pasar por la minúscula muerte de ignorarte momentáneamente hasta que el que venga a abrazarme hasta aquí seas tú.

Creo que en realidad son mis manos las que te inventan cuando tomo el vaso desbordado de agua y hago que lo se desborde sea alcohol, en el cigarro entre mis dedos en los que ojalá te tuviera, en las manos de todos  en las que vives cuando sostienen las mías, en las letras que te dedico de vez en cuando cuando la cotidianidad me rebasa y tengo miedo de que desaparezcas entre mis orillas.

Quizás, y es lo más seguro, no me habites, y todo esto no es más que las ganas de que ojalá así fuera.

Probablemente te habite yo, todo depende de la perspectiva.

1 comentario:

  1. Impresionante. Me ha encantado. Desprende mucha belleza. Me pasaré más, un abrazo ;)

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